miércoles, abril 15, 2009

Ataque nocturno

Un molesto zumbido me despertó. Lo escuché tan cerca de mí, que giré la cabeza con fuerza para desvanecer el eco que continuaba retumbando en mis tímpanos.

Era una noche húmeda, como lo son todas en la etapa de encharcaderos e inundaciones. Resulta una osadía vestirse de blanco y una prueba de destreza no manchar la ropa. Entre estas reflexiones el sueño no tardó en dominarme nuevamente.

Pero volvió, esta ocasión del lado contrario. Con intolerancia escondí mi rostro bajo la sábana esperando con ello que su penetrante ruido no llegara hasta mí. Error. No pude evitar el temor de que en cualquier momento inyectara su veneno en mi piel y se llevara con él una muestra de sangre. Había trabajado tanto ese día, que nunca como esa noche, esperaba hallar en el lecho una invitación al descanso.

La debilidad era tal, que al tocar la almohada y cubrirme con las cobijas, el calor producido me indujo a dormitar inmediatamente. Olvidé por completo que tenía pendientes algunas tareas domésticas; que estaba irritada con el jefe; que mi hijo deseaba un hermanito y que a mi lado dormía una persona ajena a la batalla campal sostenida con un intruso en la habitación.

En una actitud rebelde, cambié la posición bocarriba en la que me encontraba, a la fetal, rompiendo así la defensiva que no me permitía conciliar el sueño. Mis labios dibujaron una sonrisa cuando percibí la inconciencia que pronto me llevaría al estado anhelado...

Pero la señal de ataque se depositó en mi cuello a pesar de la sábana que lo cubría. Cosquilleó a mi oído y mastiqué algunas insolencias que, por respeto al derecho del sueño ajeno, no escupí. Con un manotazo "espanté" al enemigo, aunque ya daba por perdida la esperanza de descansar.



Abrí los ojos y vi las sombras del estampado de la sábana que me cubría hasta el rostro. Frente a mí estaba una flor de cinco pétalos esbeltos y largos. El tallo bajaba hasta la altura de mi boca, mientras que delgadas ramificaciones se extendían hacia los lados. Seguí fijamente una de ellas cuando el zumbido, todavía lejano, se escuchó. Parecía llegar de la ventana o del techo. Bajo la tela es difícil ubicar con certeza la dirección del sonido.

En cuestión de segundos ganó distancia y llegó a la cabecera de la cama, rondando con la tranquilidad de quien tiene ganada la batalla. Pero no podía permitir que aterrizara su aguijón en mi cuerpo y, sin perder un instante, tripliqué el escudo. La cobija y la colcha cayeron sobre la sábana y con las tres me envolví sin dejar un resquicio por el que se colara el insecto.

La oscuridad fue total, pero el silencio también. Y a pesar de sentir un calor intenso dentro de mi capullo de algodón y lana, gocé el no escuchar ya más el zumbido; paladeé la posibilidad de disfrutar las pocas horas que restaban... Después de todo, no fue tiempo perdido, pues aprendí cómo salir airosa de un ataque nocturno.

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