Con la celebración de este día en el mundo entero, la UNESCO pretende fomentar la lectura, la industria editorial y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor.
El 23 de abril de 1616 fallecían Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. También en un 23 de abril nacieron – o murieron – otros escritores eminentes como Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Por este motivo, esta fecha tan simbólica para la literatura universal fue la escogida por la Conferencia General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y sus autores, y alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural. La idea de esta celebración partió de Cataluña (España), donde este día es tradicional regalar una rosa al comprador de un libro.
El éxito de esta iniciativa depende fundamentalmente del apoyo que reciba de los medios interesados (autores, editores, libreros, educadores y bibliotecarios, entidades públicas y privadas, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación), movilizados en cada país por conducto de las Comisiones Nacionales para la UNESCO, las asociaciones, los centros y clubes UNESCO, las redes de escuelas y bibliotecas asociadas y cuantos se sientan motivados para participar en esta fiesta mundial.
Fuente: http://portal.unesco.org
jueves, abril 23, 2009
Día Mundial de Libro
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viernes, abril 17, 2009
Se cumplen 314 años de la muerte de Sor Juana
Juana Inés nació el 12 de noviembre de 1651 en San Miguel Nepantla, hoy Estado de México, dentro de este territorio que entonces llevaba por nombre reino de la Nueva España, y murió el 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia de peste.
La monja jerónima estudió Lógica, Física, Aritmética, Geometría, Astronomía, Retórica, Teología, Alquimia, Música y tenía un gran conocimiento de literatura.
También fue poeta, dramaturga, prosista. Escribió sainetes, autos sacramentales y comedias, como Los empeños de una casa, una comedia de enredos, llena de humorismo e ingenio donde se cuentan las proezas y desventuras amorosas de Doña Leonor, personaje clave para entender el particular universo barroco de Sor Juana.
Fuente: Cimac
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miércoles, abril 15, 2009
Ataque nocturno
Un molesto zumbido me despertó. Lo escuché tan cerca de mí, que giré la cabeza con fuerza para desvanecer el eco que continuaba retumbando en mis tímpanos.
Era una noche húmeda, como lo son todas en la etapa de encharcaderos e inundaciones. Resulta una osadía vestirse de blanco y una prueba de destreza no manchar la ropa. Entre estas reflexiones el sueño no tardó en dominarme nuevamente.
Pero volvió, esta ocasión del lado contrario. Con intolerancia escondí mi rostro bajo la sábana esperando con ello que su penetrante ruido no llegara hasta mí. Error. No pude evitar el temor de que en cualquier momento inyectara su veneno en mi piel y se llevara con él una muestra de sangre. Había trabajado tanto ese día, que nunca como esa noche, esperaba hallar en el lecho una invitación al descanso.
La debilidad era tal, que al tocar la almohada y cubrirme con las cobijas, el calor producido me indujo a dormitar inmediatamente. Olvidé por completo que tenía pendientes algunas tareas domésticas; que estaba irritada con el jefe; que mi hijo deseaba un hermanito y que a mi lado dormía una persona ajena a la batalla campal sostenida con un intruso en la habitación.
En una actitud rebelde, cambié la posición bocarriba en la que me encontraba, a la fetal, rompiendo así la defensiva que no me permitía conciliar el sueño. Mis labios dibujaron una sonrisa cuando percibí la inconciencia que pronto me llevaría al estado anhelado...
Pero la señal de ataque se depositó en mi cuello a pesar de la sábana que lo cubría. Cosquilleó a mi oído y mastiqué algunas insolencias que, por respeto al derecho del sueño ajeno, no escupí. Con un manotazo "espanté" al enemigo, aunque ya daba por perdida la esperanza de descansar.
Abrí los ojos y vi las sombras del estampado de la sábana que me cubría hasta el rostro. Frente a mí estaba una flor de cinco pétalos esbeltos y largos. El tallo bajaba hasta la altura de mi boca, mientras que delgadas ramificaciones se extendían hacia los lados. Seguí fijamente una de ellas cuando el zumbido, todavía lejano, se escuchó. Parecía llegar de la ventana o del techo. Bajo la tela es difícil ubicar con certeza la dirección del sonido.
En cuestión de segundos ganó distancia y llegó a la cabecera de la cama, rondando con la tranquilidad de quien tiene ganada la batalla. Pero no podía permitir que aterrizara su aguijón en mi cuerpo y, sin perder un instante, tripliqué el escudo. La cobija y la colcha cayeron sobre la sábana y con las tres me envolví sin dejar un resquicio por el que se colara el insecto.
La oscuridad fue total, pero el silencio también. Y a pesar de sentir un calor intenso dentro de mi capullo de algodón y lana, gocé el no escuchar ya más el zumbido; paladeé la posibilidad de disfrutar las pocas horas que restaban... Después de todo, no fue tiempo perdido, pues aprendí cómo salir airosa de un ataque nocturno.
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